En mi mesilla: "La Rueda del Tiempo VIII, El Yermo de Aiel" Robert Jordan
También en mi mesilla: "Pirómides" Terry Pratchett
Último leido: "La Saga de Geralt de Rivia II, La Espada del Destino" Andrzej Sapkowski

martes, 25 de noviembre de 2008

Día 4.- El salón de la muerte

Ethan se despertó con un espasmo, trató de levantarse pero calló de bruces al constatar que aún tenía el hombro fuera, se quitó la camisa con gran esfuerzo y anudó las mangas con esfuerzo utilizando su diestra y pisando la manga con el pie para hacer fuerza luego se colocó el brazo izquierdo en cabestrillo de forma que, al menos no le colgara al costado. Decidió no mirar atrás, aquel ser demoníaco seguía vivo, aunque estuviese inconsciente.

Tomó el pasillo y llegó a la que había sido su habitación, recogió su coraza de cuero para echársela sobre los hombros no sin esfuerzo y se enfundó las botas, no sabía que había hecho el hombre con sus armas pero no estaban allí, tendría que volver por ellas más tarde o dejarlas en aquel lugar. Era una pena, perder una buena espada y la daga, además del arco, por suerte el resto no lo había tocado, hizo un hatillo como pudo y salió sin mirar por las puertas abiertas que se fue encontrando, bajó las escaleras y salió al salón que estaba lleno de sangre por todos lados, sintió nauseas ante es terrible olor que impregnaba todo.

Trató de salir pero la puerta estaba cerrada, las ventanas parecían duras con los postigos cerrados y clavados, caminó por la sala, había una mesa tirada que ocultaba algo,parecía un cuerpo, se acercó y el nauseabundo olor le hizo vomitar varias veces hasta casi perder la consciencia. Se trataba de un gordo cliente de la posada que había llegado el día anterior, Ethan le había visto sentado junto a la ventana hablando con una joven de abultados pechos y generosa figura que se encontraba aposentada en sus rodillas y que parecía llevar la ropa excesivamente abierta para ser una señorita.

Había visto muchos muertos pero ninguno en ese estado, de todos modos le registró en busca de dinero, un arma, lo que fuera; de lo primero algo si encontró, pero no iba armado a pesar de tener en su cinto destrozado la marca de una vaina, al parecer bastante pesada.

Supo que tendría que volver arriba si no encontraba la llave de la puerta, o al menos, otra puerta. Se metió en la cocina sin miramientos y tomó el mayor de los cuchillos que encontró resuelto a utilizarlo para acabar con aquella bestia, pero antes abrió la nevera, un hueco en el suelo de bastante profundidad, bajó por las escaleras y, de no haber echado antes todo lo que podía tener en el estómago habría vuelto a vomitar, el cuerpo del posadero colgaba de un gancho, de rodillas sobre un charco de sangre con los ojos aún abiertos y una mueca de terror en la cara.

Su resolución era total salió del pozo y se dirigió al salón, estaba a punto de subir las escaleras cuando escuchó algo a sus espalda, no había tiempo de escabullirse pero aún así saltó hacia delante; el tremendo puñetazo que sintió en la espalda le impulsó contra la pared, sintió como se le rompía la nariz y se desplomó con un grito de dolor, el gigante estaba frente a él dispuesto a descargar un puñetazo le tomó por la pechera para levantarle. Ethan sacó el cuchillo y aprovechando el impulso, lo clavó en la base del estómago y tiró de él hasta el esternón, sentía como la sangre tibia le corrí entre los dedos, el hombre miró hacia abajo e hizo un amago de gritar aunque no salió más que un susurro de su boca sanguinolenta, tosió una bocanada de sangre aunque seguía manteniendo al mercenario en el aire, este empezó a clavar el cuchillo y arrancarlo repetidas veces en el pecho mientras el ser le golpeaba con su puño en la cara, por suerte estaba perdiendo fuerzas, al quinto puñetazo soltó a Ethan y calló de espaldas, este hizo lo propio y se quedó a su lado tirado en un charco de sangre negra.

El olor terrible a penas le importaba empezó a reír de forma histérica y se levantó, una vez más clavó el cuchillo repetidas veces y luego le cortó el cuello, con una mirada de locura absoluta tomó una botella de licor y se sentó tomó solo tres tragos pero con el estómago vacío sintió como si hubiese bebido tres jarras, vomitó una vez más. Luego de un rato registró el cuerpo del maldito y encontró las llaves, con temible parsimonia abrió todas las puertas hasta encontrar en la habitación del posadero a la mujer de este desnuda y muerta, junto a ella estaban sus armas, registró la habitación pero a penas encontró un par de monedas de plata y la calderilla que tres como él habían dejado allí.

Volvió a la cocina y buscó algo de comida, también se llevó una botella, el resto las tiró al suelo.

Como pudo encendió su yesca y prendió un pañuelo empapado en alcohol y lo dejó caer sobre un el suelo que empezó a arder en seguida, salió por la puerta a la calle y dejó el pueblo cruzando la plaza, la gente le miraba pero nadie se atrevió a detenerle, solamente el herrero se plantó frente a él.

-¿Qué ha pasado? ¿Por qué has hecho eso?

-El mal vivía allí dentro.- Fue toda su respuesta.


Creative Commons License
Una Daga en la Noche by Adrián García Maganto is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

No hay comentarios: