En mi mesilla: "La Rueda del Tiempo VIII, El Yermo de Aiel" Robert Jordan
También en mi mesilla: "Pirómides" Terry Pratchett
Último leido: "La Saga de Geralt de Rivia II, La Espada del Destino" Andrzej Sapkowski

viernes, 21 de noviembre de 2008

Día 3.-Encerrado

Se seguía sintiendo mal, el sabor agrio le acudía a la garganta con mayor intensidad a cada momento, poco a poco se iba acostumbrando a la postura y la falta de luz, a pesar de lo cual sentía una intensa punzada en la base de la espalda, pero lo que más le dolía era el golpe de la nuca, sentía una fuerte quemazón en las muñecas y tobillos.

Se dio cuenta de que a pesar de llevar su ropa le habían quitado el cinto con sus armas, era de esperar, pero aún tenía una esperanza en ese aspecto.

Le costaba respirar con la boca tapada, hizo un intento de soltar sus manos o sus pies de las cuerdas que le mantenían aferrado a la pared pero sin mucho entusiasmo, para evitar recibir de nuevo el latigazo de dolor de su último intento, con lo que corroboró que sus ataduras estaban suficientemente prietas.

Escuchó a lo lejos un gemido y una serie de tirones como si alguien estuviese tratando de soltarse de sus ataduras, sin duda no estaba solo en la sala, y sintió como si lo que escuchaba fuese el eco de sus propios esfuerzos.

Pasaron lo que le parecieron días antes de que nada nuevo sucediera aunque el otro, al que no podía ver, no había dejado de sollozar, había tratado de quedarse dormido ante la acongojante sensación de estar encerrado junto a un hombre en su misma situación que no le podía ayudar y que estaba sufriendo. Ethan había pasado un par de días en una celda hacía muchos años de aquello era joven y le capturaron en la Batalla de Cuarrh, en una emboscada en el valle calló toda la unidad, tuvieron que deponer las armas para no ser descuartizados pero, por suerte, sus compañeros del resto de la Legión Rogh acabaron con el ejercito del Barón Jaigler-a-Glindia y les rescataron, sin duda la situación no era tan desesperada.

Trató de mantener la calma no obstante pero no consiguió que el sueño le tomara en sus brazos, tenía la impresión de que soñar con caer por un precipicio infinito no sería tan desesperante como escuchar los sollozos de su compañero.

De pronto, se abrió un resquicio en una puerta unos metros más allá, a penas no entró más luz, pero si suficiente como para ver que efectivamente había otro hombre al otro lado de la enorme estancia que estaba casi vacía por completo, de no ser por un par de cajas que el hombre tenía a pocos metros de sus pies. Por la puerta entró un robusto hombretón con la cara tapada con un pañuelo negro con dos agujeros para los ojos, sus movimientos eran lentos y torpes, caminaba encorvado dando dos pasaos cada vez, con un ritmo torpe; llevaba en sus manos un saco pequeño y una jarra vieja y rota.

El tipo se acercó a Ethan lo suficiente para que este se diera cuenta de que tenía los brazos completamente cubiertos de antiguas quemaduras.

El otro hombre no cesaba de sollozar, así que el encorvado dejó caer el saco en el suelo y se acercó a él jarra en mano, el hombre se agachó junto al sollozante cuerpo y le susurró algo, pero los gemidos persistieron con un gruñido como toda respuesta, Ethan vio como se incorporaba el enmascarado y pisaba la cara del hombre cada vez con más fuerza mientras el otro trataba de gritar ahogado su llanto por una mordaza al menos tan prieta como la suya, ante la persistencia, el hombretón se agachó, tomó al otro de la pechera y le levantó un palo sin a penas esfuerzo para acto seguido comenzar a golpearle con toda su fuerza contra el suelo, Ethan no podía ver bien que pasaba pero los sollozos cesaron.

El enmascarado pasó las manos por la cabeza sangrante y luego las introdujo bajo el pañuelo con un suspiro que al mercenario le sonó como placer. El hombretón se acercó de nuevo a Ethan, él comenzó a temblar, pero el enmascarado solamente le apartó con fuerza la mordaza; antes de que pudiese decir nada sintió como una mano húmeda y tibia le metía algo en la boca y echaba un chorro de agua directamente de la jarra y le volvía a colocar la mordaza para marcharse con el mismo movimiento cansino.

Como pudo tragó el pan, sentía como la dura corteza le arañaba el paladar y la garganta irritada. El resto del día nada pasó, el otro atado no hacía ningún ruido. Supo que se hacía de noche porque la poca luz que entraba por el resquicio de la ventana se apagó.



Creative Commons License
Una Daga en la Noche by Adrián García Maganto is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.


No hay comentarios: