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lunes, 24 de noviembre de 2008

Día 4.-El hedor de la muerte

Ethan se despertó una vez más no recordaba haber dormido nada sin embargo. Trató de hacer algo de fuerza para incorporarse pero no lo consiguió, el dolor de las articulaciones y nuca era terrible, a pesar del miedo profundo, lo que en realidad sentía era hambre y sed tenía la boca pastosa de toda la noche.

Seguía sin haber ruido alguno en la estancia más que un desagradable sonido blando y pastoso, además del suave arañazo de las patas de las ratas sobre el suelo de madera.

El olor era absolutamente repugnante y con la boca amordazada a duras penas podía evitar su olfato, volvieron las nauseas pero, una vez más tubo que contenerlas pues si vomitaba se ahogaría seguro.

Tragó saliva como pudo y se dio cuenta de que le dolía la garganta especialmente.

De pronto el enmascarado volvió con su andar pesaroso, llevando la jarra y el saco, pero en vez de ir hacia él fue hacia la ventana y arrancó sin esfuerzo aparente uno de los tablones que la cubrían, el sol inundó la habitación. Ethan casi sintió que se le reconfortaban los músculos con la luz que inundó la habitación, parecía que el día se había desperado mucho más despejado que el último que recordaba el mercenario, sin embargo, como solo podía ver el cielo desde allí, seguía teniendo dudas sobre su situación, aunque todo apuntaba a que se encontraba en la posada aún.

El hombretón que parecía cojear sensiblemente de una pierna que era, ahora se dio cuenta, bastante más corta que la otra. De nuevo le apartó la mordaza, con lo que Ethan creyó que iba a perder la mandíbula, y le embutió en la boca un trozo de pan duro que sabía a moho aunque al menos había tenido la decencia de haberlo humedecido en cerveza por lo que esta vez no le iba a costar tanto masticarlo, luego le echó un chorro de agua en la boca y volvió a colocar la mordaza.

Tardó bastante en poder tragar la bola que se le hacía en la boca, pero hasta que no terminó el hombretón no dejó de mirarle, pero Ethan se dio cuenta de que casi habría sido mejor que no se hubiese apartado pues el otro hombre estaba cubierto de ratas, el suelo lleno de sangre y el estómago abierto y esparcido por el suelo, el hombretón apartó las ratas de una patada y se agachó tomando la cabeza con una mano y tirando de ella, se oyó un crujido y cuando soltó la cabeza colgaba en una postura imposible.

Acto seguido sacó las entrañas del cuerpo y las echó en el saco. Las ratas no se acercaron a pesar de que esperaban expectantes a que el hombre se marchara.

No tenía opción había de escapar de esa habitación horrible y matar a aquel hombre, pero el miedo no le dejó hacer fuerza, solo consiguió temblar en silencio para no alarmar al monstruo que se asomó u salió haciendo crujir el suelo y cerrando con suavidad.

Con un movimiento fuerte y rápido consiguió girarse un poco, aunque su hombro izquierdo parecía a punto de salirse, recordó que de joven tenía un amigo al que se le salía el hombro con cierta frecuencia y a pesar que más de una vez se había desmayado del dolor, no era algo mortal y se recuperaba en pocos días. Se retorció como pudo y con un fuerte gesto levantó parte del cuerpo y se dejó caer, hubiera preferido que le clavasen una daga en el corazón en vez de soportar ese dolor, mordió la mordaza con fuerza mientras las lágrimas le corrían por la cara; sin embargo, el hombro seguía en su sitio, el punzante dolor era tan terrible que casi perdió el conocimiento.

Una vez más repitió la operación y no pudo dejar escapar un sollozo cuando notó que su hombro no estaba en su sitio y que el brazo estaba completo a su espalda. A pesar del estruendo no debió alertar a nadie porque, cuando recuperó el ánimo, horas más tarde, con la luz del sol ya menguada y haciendo uso de sus piernas y del brazo sano se retorció hasta que una de las vueltas de al soga pasó por encima de su cabeza, el dolor era tan terrible que sentía como le bombeaba la sangre en las sienes.

Tras un rato más de esfuerzo y entre sollozos consiguí quitarse las cuerdas del cuerpo, pero seguía amordazado y atado de pies y manos y además su brazo izquierdo estaba inutilizado.

De repente, escuchó los pasos lentos y el crujir de madera, como pudo se retorció hasta tener los tobillos a la altura de las manos.


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El hombretón nunca se había quitado aquella máscara desde que se la pusieron siendo un niño babeante, él se sentía un monstruo, siempre había estado recluido, había tratado de no hacer caso a las voces que le hablaban todo el tiempo, pero eran más fuertes que él, le decían que no era un monstruo, que no se dejara pisotear, que actuase y se defendiera, que ‘El Grande’ era el verdadero dios y no esos que trataban de imponerle sus padres, él lo había visto, era un hombre deforme como él, que comía carne humana y derrotaba a sus enemigos con su tremenda fuerza, nadie podía herirle. Le había dicho que sería su heredero, su mano en la tierra.

Cuando mató a su padre y le arrancó el corazón supo que era lo mejor, que él era el bueno y que su lucha había empezado, había cerrado la posada de la que nunca se había atrevido a salir. Su madre que siempre le había repudiado fue la siguiente, la tomó el su propia capa mientras las cuencas vacías de los ojos de su padre le miraban, bañado en sangre como estaba y con la máscara como toda ropa, luego la mató con sus propias manos y la dejó tendida en la cama, no se merecía que se comiera sus entrañas, luego se había dedicado a dar caza a los huéspedes de la casa, eran a penas tres. Uno lo había tenido que matar, porque se le había enfrentado, pero los otros dos los dejó atados en el desván, pues ya tenía comida suficiente.

Poco a poco notó que necesitaba más y más comer carne humana por lo que se comió incluso a su madre, pero el hambre no arreciaba.

‘El Grande’ le dijo que estaba cerca, que pronto estaría a su lado, que obtendría su don y con él sería un semi-dios en la tierra. Pero tenía que acabar con el guerrero en combate singular, todo estaba listo, se acercaba la noche y el alcanzaría su destino. Se arrancó la máscara y se dirigió al desván, en busca de su destino, un hilillo de saliva le corría por la prominente mandíbula; tenía la cara embadurnada de sangre y el pecho descubierto, la sangre le brotaba de las heridas circulares de su pecho, no sentía dolor a pesar de que se había hecho los cortes por todo el cuerpo como le había dicho ‘El Grande’.


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Una Daga en la Noche by Adrián García Maganto is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

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